Supe de Jorge Amado hace unos veinte años, cuando un amigo brasileño, Sérgio Mattos, me mostró uno de sus libros de poesía prologado por Amado. Después, la sensualidad, picardía y candomblé conjugados sabrosamente en la película Doña Flor y sus dos maridos, me indujeron a buscar sus novelas. Conseguí cuatro de ellas, que preferí disfrutar en un mal leído portugués, para no perderme el rico humor ni la agudeza narrativa de su autor, ni tampoco la cadencia propia de tan bello idioma.
Este año, tras tanto ansiarlo, conocí Bahía y también me encontré con Navegaçao de cabotagem, publicado en 1992. ¡Qué obra tan grata! Aunque resume 80 años de su fecunda travesía vital, el autor, indómito como es, advierte que se trata apenas de “apuntes para un libro de memorias que jamás escribiré”.
En sus páginas, repletas de historias y anécdotas, aparecen entremezclados en el tiempo y la geografía, tantos de sus amigos artistas, filósofos y políticos, algunos tan conocidos como Neruda, Eremburg, Cortázar, Guillén, Sábato, Onetti, García Márquez, Alberti, Guimaraes Rosa, Brecht, Moustaki, Belafonte, Vinicius, Jobim, Gil, Chico, Caetano, Picasso, Rivera, Niemeyer, Costa, Lukács, Sartre, Beauvoir, Gavras, Montand, Braga, Mitterand, Fidel, Ramalho Eanes y Sarney. Pero, en el fondo de su alma, sus seres preferidos son, y él lo remarca, esos desheredados que pululan por el litoral y los laberintos urbanos de su mágica Bahía. Con sumo orgullo reconoce que “soy un novelista de putas y vagabundos”, de lo cual es evidencia inequívoca su vasta obra literaria.
Aunque el título de dicho libro alude a los viajes cortos de los barcos que nunca se alejan de la costa, por humildad no dice el autor que, en verdad, su periplo ha abarcado todos los continentes y cientos de miles de corazones. Además, durante tan amplia y profunda travesía, en la proa de su buque han ondeado siempre, desafiantes e invictas, las banderas de la amistad, la libertad y la solidaridad. Ese es Jorge Amado y, por ello, es tan amado.
Hoy, con casi 86 años, continúa su invariable pacto con el pueblo bahiano, en sus miserias y alegrías, y disfrutando del amor cabal de Zélia, su infatigable y recia compañera de ruta. Quizás nunca le otorguen el Premio Nobel, pero ya obtuvo el más importante, pues “dondequiera que llegue, en las comarcas del mundo, provincias, metrópolis o villorrios, encuentro la mesa servida y escucho una palabra amiga”.
Es decir, con su autenticidad, congruencia y fidelidad a la humanidad, se ha sabido ganar los corazones de tanta gente y, con ello, la verdadera inmortalidad.
22 julio, 2008
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