Animales que, siendo vertebrados, parecieran no serlo, por la prodigiosa agilidad y velocidad de sus ondulados movimientos. Con cuerpos recubiertos por duras escamas tupidamente imbricadas, que pueden mostrar los colores y diseños más sorprendentes, desde los pardos crípticos y geométricos de las cascabeles y terciopelos, hasta los anillos aposemáticos rojo-amarillo-negro de las corales, pasando por los lisos e intensos amarillo en la bocaracá y verde en la bejuquilla.
No son, necesariamente, ni más feas ni más bonitas que otros animales, pero nacieron malditas en la memoria colectiva de la humanidad, a lo cual sin duda ha contribuido fuertemente la visión bíblica del génesis, cuando Adán y Eva fueron inducidos al pecado -¡desventuras de su apariencia fálica!- por una malévola serpiente. Pobre animala (sí, porque incluso le endilgaron el género femenino), pues fue ella la que terminó estigmatizada con el pecado original, que nunca podrá borrar.
Asimismo, a su animadversión ha contribuido el hecho de que las culebras venenosas le han dado pésima fama a las demás (¡pagan justas por pecadoras!). Por ejemplo, en Costa Rica, de las 137 especies de culebras que tenemos, apenas 22 son venenosas -es decir, apenas el 16%- y es una sola de ellas, la terciopelo, la causante de casi todos los accidentes ofídicos.
Pero hay un elemento más, bien planteado por nuestro eximio Clorito Picado en la introducción de su libro “Serpientes venenosas de Costa Rica” (1931). Tomando como punto de partida el famoso cuento “A la deriva”, del uruguayo Horacio Quiroga -incluido como preámbulo-, con una amena y vívida prosa Clorito reflexiona sobre el significado de un letal ataque de víbora y el desaliento final, entre intensos dolores y estertores, de quien siente irse la vida. Y remarca: “Quien muere víctima de las serpientes no lucha; su muerte no ha sido ganada por conquista sino por robo. Por eso la serpiente, junto con el veneno y el puñal, signos son de alevosía y de traición, mientras que el Aguila y el León y sobre todo el Gallo, fiero, valiente y leal en el combate, simbolizan nobleza e hidalguía”.
En pocas palabras, ahí están estas espernibles criaturas, sobre las que tanto se ha dicho de manera infundada, como lo demostró hace unos años el biólogo Alejandro Solórzano en el librito “Creencias populares sobre los reptiles en Costa Rica”. ¡Pero es que el miedo es hijo de la ignorancia!
Por fortuna, recién apareció la obra “Serpientes de Costa Rica”, verdadera joya científica y auténtica heredera de los esfuerzos divulgadores de Clorito y del Dr. Róger Bolaños, para lo cual Alejandro halló en la Editorial INBio un aliado ideal. En ella el autor sintetiza los profundos conocimientos derivados de sus extensos 27 años de adentrarse en el mundo de las serpientes, incluyendo información detallada de su descripción morfológica, hábitos alimenticios y reproductivos, hábitats preferidos y distribución geográfica de cada una de nuestras culebras. Entre sus casi 800 páginas de texto escrito en versión bilingüe, resaltan las extraordinarias fotografías en color para cada especie.
Por su potencial utilidad, sugiero que el gobierno haga el esfuerzo de distribuir ejemplares de este libro en toda escuela, colegio y hospital rurales, para educar acerca de cómo actuar de manera preventiva ante las serpientes peligrosas y de por qué se debe proteger a las inocuas. Así se estaría contribuyendo a lograr la armónica convivencia con estas incomprendidas criaturas, tan maravillosas como todos los seres que nos acompañan en la portentosa y única aventura de la vida en el planeta.
22 julio, 2008
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