22 julio, 2008

Abejones de mayo

Ya todo está empapado. Infalibles y puntuales lo habían anunciado los yigüirros para todos nosotros que, temerosos -en medio del fatídico calendario de apagones programados- ahora respiramos profundo y recibimos con júbilo las torrenciales lluvias de estos días, que de seguro llenarán los cauces de riachuelos y ríos, para pronto colmar las diezmadas represas, en las que antes pocas personas reparaban, de tan abundantes que han sido siempre nuestras aguas. Ahora sí, todo está empapado, mientras la humedad satura el aire e invade los poros de nuestra piel.

¡Abril y mayo venturosos, pródigos en vida! Diciendo adiós a la también bella estación seca, y reafirmando aquellas certeras sentencias del Eclesiastés: “Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar y un tiempo para curar; un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar; un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse; un tiempo para buscar y un tiempo para perder; un tiempo para guardar y un tiempo para botar; un tiempo para rasgar y un tiempo para coser; un tiempo para callar y un tiempo para hablar; un tiempo para amar y un tiempo para odiar; un tiempo de guerra y un tiempo de paz”.

Inevitables ciclos, y el de ahora es de renaceres y esperanzas, llegado con la lluvia. Despedida de las profusas e intensas floraciones de algunos árboles emblemáticos, para dar paso a las de muchas otras plantas, como las de los hermosos lirios y esas suculentas e inmensas flores de reina de la noche, fragantes en su enervante olor jabonoso, para atraer sus polinizadores nocturnos, acompañados por las tímidas pero enternecedoras intermitencias de centenares de pequeñas luces emitidas por las candelillas o luciérnagas. Resurgimiento evidente en los breves rebrotes que discretamente se desdoblan para, convertidos en lustroso follaje, recubrir tantos árboles hace poco desnudos y esqueléticos. Y, también, en su ritual de fecundidad y afianzamiento de la creación, los desmesurados y desaforados vuelos nupciales de las zompopas y otras hormigas.

En medio de este frenesí de lluvia, humedad, verdor y vuelos, afloran por miles las formas aladas de los comejenes o abuelitas, que por las noches concurren a cualquier faro las atraiga. Pero, también, sin ser sociales ni formar colonias, en medio de las hormigas y los comejenes aparecen rechonchos, ronroneantes y torpes en su embriaguez de luz, los abejones de mayo. Nombre bien ganado por su exacta puntualidad, lo son así en todas partes, tanto que en Norteamérica se les denomina abejones de junio, pues emergen avanzada la primavera, eso sí, bien sincronizados, cuando ya los árboles tienen suficiente follaje como para suplirles el alimento y garantizarles su sobrevivencia.

Por fortuna, sabemos bastante de ellos, aunque no suficiente aún. Lo conocido en Mesoamérica sobre la taxonomía y hábitos de este peculiar grupo de insectos es producto de la labor pionera del Dr. Andrew King (otrora investigador del CATIE), así como de los especialistas Miguel Angel Morón (del Instituto de Ecología, en México) y Angel Solís (del INBio).

Pertenecientes a la familia Scarabaeidae, hoy sabemos que los abejones de mayo son un grupo complejo, con decenas de especies pertenecientes a varios géneros, como Phyllophaga, Anomala, Ancognatha, Astaena, Bothynus, Ceraspis, Cyclocephala, Diplotaxis, Hoplia, Isonychus, Ligyrus, Macrodactylus, Pelidnota, y Strigoderma, de los cuales en los dos primeros está la mayoría de las especies que actúan como plagas agrícolas o forestales. En general los adultos no son dañinos, y a varias especies más bien les gusta alimentarse de las hojas de los árboles de poró, tan comunes como cercas vivas. Puesto que ahí también copulan, las hembras colocan los huevos algo cerca de dichos árboles, por lo que es común después hallar ahí muchas larvas o gusanos de estas especies.

Las larvas, conocidas como jobotos, fogotos o gallinas ciegas (a los adultos también les dicen ahogapollos), consumen raíces, tubérculos o bulbos, a veces causando pérdidas muy cuantiosas, como sucede con Phyllophaga elenans en caña de azúcar, Phyllophaga vicina en maíz, Phyllophaga menetriesi en café y pastos, y Phyllophaga obsoleta en papa.

Bichos curiosos estos pues, a diferencia de la mayoría de los insectos, casi todas sus especies tienen un ciclo de vida que dura un año completo, en tanto que en otras se extiende por hasta dos años. Durante la mayor parte del tiempo las larvas permanecen en el suelo, mientras pasan por tres etapas o estadios, de los cuales los dos primeros no tienen importancia económica, pues se alimentan de detritos o materia orgánica, pero el tercer estadio sí es muy voraz. Y, si en ese momento -generalmente desde agosto- hay algún cultivo sembrado, los daños pueden ser de hasta el 100%, como lo he observado en papales y maizales.

Poco antes de completar su desarrollo larval, en febrero o marzo, cada individuo construye una celda en el suelo, donde se convierte en pupa o capullo que, tras dos o cuatro semanas, da origen a un adulto de alas muy suaves, que permanece como aletargado dentro de la celda, a la espera de que caigan las primeras lluvias fuertes, que son el detonante para su emergencia.

Aunque, como entomólogo especialista en plagas, no han sido mi principal grupo de interés, siempre me han atraído y les he dedicado algunos esfuerzos de investigación. Así, cierta vez realicé muestreos con una trampa de luz, durante varios años, tanto en Barva (Heredia) como en Tierra Blanca (Cartago), y entre los hallazgos más llamativos destaca la muy variable composición de especies en cada sitio. Por ejemplo, aunque pude capturar 10 y 14 especies, respectivamente, apenas cuatro fueron comunes entre ambas localidades y, de éstas, Phyllophaga menetriesi mostró cantidades similares en ambos lugares, mientras que Phyllophaga obsoleta fue muy superior en Tierra Blanca, por razones que no es del caso relatar aquí.

Asimismo, un rasgo sorpresivo es la gran estabilidad de sus poblaciones. Cuando utilicé un índice desarrollado por el Dr. Henk Wolda -antiguo investigador del Smithsonian Institution, en Panamá-, que él empleara para comparar numerosas especies de artrópodos de todo el mundo, los mayores valores hallados hasta ahora son justamente los de algunas especies nuestras de Phyllophaga. Esto significa que sus cantidades son muy parecidas año con año, a pesar de las variaciones del clima y de la disponibilidad inmediata de alimento.

Esto y otras observaciones me hacen pensar que sus genes y su historia natural encierran arcanos aún insondables, que solo su estudio minucioso e inevitablemente extenso -dada la inusitada longitud de sus ciclos de vida- quizás podría revelarnos algún día. Mientras tanto, sin poseer la vistosidad y atractivo de otros insectos, convocados por las lluvias y ávidos de luz -tras una vida tan prolongadamente subterránea y tenebrosa- estas humildes criaturas continuarán indefectiblemente anunciándonos que mayo ya está aquí, y que este es un tiempo único para nacer, plantar, curar, edificar, reír, bailar, abrazarse, buscar, guardar, coser, hablar y amar. Sí, sobre todo para amar, ahora que llueve tanto y todo está empapado.

No hay comentarios: