22 julio, 2008

La vida merecida

Meses difíciles, desgarradores, estos de principios de año. El descanso veraniego súbitamente interrumpido por la noticia lúgubre de la agonía de mamá. Noche aciaga y ruta interminablemente lacerante aquella de regreso de Guanacaste, para desembocar casi de madrugada en un hospital tétrico, donde ella yace en el trance final, desahuciada.

Sin embargo, contra todo vaticinio, horas después vuelve en sí. Aferrada a la vida, no cede espacio a la muerte, tan próxima.

En mes y medio, desde aquella terrible noche, hemos tenido la satisfacción de acompañarla en su lecho de hospital, y en noches y madrugadas de vigilia, junto a ella, meditado sobre el dolor y la ausencia, la muerte y la vida. Nunca he aprendido tanto de la vida, justamente estando tan mano a mano con la muerte.

Aprendo a superar ese miedo irracional, ese absurdo que nos inculcaron socialmente desde siempre: la macabra personificación de algo que es un fenómeno natural, un cambio de estado de la materia, o la liberación del alma para lograr nuevos planos de gozo y espiritualidad, según se la vea.

Biológicamente, aún antes de nacer, desde el cigoto mismo, están en pugna las fuerzas de la vida y la muerte, de la construcción y la destrucción, de la afirmación y la negación, del ser y el no ser. Los biólogos les llaman anabolismo y catabolismo. En los niños en general predominan las primeras y en los viejos las segundas, pero se presentan siempre juntas. Es decir, en cada momento de nuestra vida cada uno de nosotros tiene un poco de vida y un poco de muerte. ¿Por qué temerle a ésta, entonces?

En las vigilias junto a mamá, he constatado lo insensato del miedo a la muerte, y maravillado de la terquedad de la vida. Nada hay más tenaz que ella. En ese hospital, decenas de ancianos desafían a la muerte, vida en mano, cada día, cuando ya el catabolismo manda. Se sostienen apenas de un tenue hilo de vida, en la última y más desproporcionada de sus batallas.

He sobrellevado esas madrugadas con algunas relecturas un poco azarosas, y hallado hermosos pensamientos alusivos, que nos dicen de vuelos o danzas en el momento supremo de nuestra travesía vital.

"Y con esto, Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna... Y se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo" (Richard Bach, Juan Salvador Gaviota).

"Y así hablarás ante tu muerte, aquí, en la cima de este cerro, al acabar el día. Y en tu última danza dirás de tu lucha, de las batallas que has ganado y de las que has perdido; dirás de tus alegrías y desconciertos al encontrarte con el poder personal. Tu danza hablará de los secretos y las maravillas que has atesorado. Y tu muerte se sentará aquí a observarte. El sol poniente brillará sobre ti sin quemar, como lo hizo hoy. El viento será suave y dulce y tu cerro temblará. Al llegar al final de tu danza mirarás el sol, porque nunca volverás a verlo ni despierto ni soñando, y entonces tu muerte apuntará hacia el sur. Hacia la inmensidad" (Carlos Castaneda, Viaje a Ixtlán).

"Porque, ¿qué es morir sino erguirse desnudo? Y ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos lazos para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin ataduras, buscar a Dios?... Y, cuando hayáis alcanzado la cima de la montaña, es cuando iniciaréis la ascensión. Y, cuando la tierra reclame vuestros miembros, es cuando bailaréis de verdad" (Khalil Gibran, El profeta).

Pero también hallé un pequeño tesoro: el librito Merecer la vida, con cartas de ancianos para las nuevas generaciones de costarricenses. Dentro de este testamento colectivo de valores y actitudes, advertí lo que en sus casi 85 años de vida nos inculcó mamá: honestidad, humildad, tolerancia, espíritu de servicio y de trabajo.

Entonces entendí mejor el epígrafe de ese librito, que en palabras de Rabindranath Tagore dice "La vida se nos da, y la merecemos dándola", y acepté en paz su vuelo hacia la eternidad.

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