22 julio, 2008

De viejos y de árboles: tributo y legado

Para quienes la conservación de los recursos naturales representa un compromiso ético y una actividad cotidiana, tanto por convicción como por formación, las efemérides resultan algo artificiosas, y es por ello que cada Semana de los Recursos Naturales, a inicios de junio, así como el Día Mundial del Medio Ambiente (5 de junio), se nos convierten en un ritual más bien vacuo. Esta vez, sin embargo, nos sentimos complacidos pues, por grata coincidencia, en estos días ha brotado a la luz, tras un parto de casi 15 años, un libro muy significativo en nuestras vidas, como conservacionistas.

Todo empezó en 1985, tras un encuentro fortuito, allá en Upala, con un sabio anciano de 76 años: don Jorge Sancho. Entonces él moraba en San José, pero muchos años antes había vivido en las llanuras de San Carlos, donde taló muchísima montaña. ”Volteábamos montaña. Sembrábamos y cogíamos arroz y maíz. Después de sembrar frijoles sembrábamos zacate gigante. Entonces iban haciéndose repastos. Nos interesábamos más en apear montaña, porque creíamos que la finca con montaña no significaba nada. Todas las fincas abandonadas estaban llenas de montaña. Nosotros no queríamos tener finca abandonada sino limpia, con potreros, caminos y todo: hacer finca. No se aprovechaba absolutamente nada, salvo algunos palitos de lagarto o de laurel”.

Pero, de nuevo, el imán del campo lo llevó hacia Upala, para ayudar a un hijo suyo en un vasto proyecto de reforestación. Y ahí lo esperaba una lección profunda, derivada de lo que debiera ser algo así como el undécimo mandamiento: no deforestarás. Ahora, mortificado por el cuido de las plántulas en el vivero y por ver después a los arbolitos enfrentarse a tanto embate natural, comprendió lo que le cuesta a un árbol alcanzar la madurez. Esto lo hacía sufrir, por las casi mil manzanas que deforestó en San Carlos. ”Ahora estoy pagando, reponiendo un poquito las tortas que he hecho: sembrando arbolitos y cuidándolos”.

Fue esta reflexión suya, nacida de la auténtica vivencia con la tierra y sus dones, lo que nos estimuló para tratar de rescatar los pensamientos, opiniones y percepciones de otros ancianos, decantadas por la sabiduría que dan los años. Nos tomó más de un año iniciar la tarea, junto con los colegas Emilio Vargas y Wilberth Jiménez. Con la idea aún embrionaria en nuestras mentes, lo primero que hicimos fue lamentarnos. Sí, porque ¡cómo hubiéramos querido platicar con conservacionistas pioneros, hoy ausentes! Algunos, con formación académica, como los profesores Alfredo Anderson, José María Orozco y Rubén Torres, el Lic. José María Arias y el Dr. Rafael Lucas Rodríguez; otros, más bien intuitivos, como don Cruz Rojas Bennett, Olof Wessberg y Federico Shutt, así como los campesinos don Isaías Retana (en Pérez Zeledón) y Alberto Quesada (en San Carlos).

Deseábamos contar con ancianos que pudieran enfocar los recursos naturales desde diversas perspectivas. Y, aunque la lista inicial fue modesta, se amplió hasta abarcar desde un heredero de los habitantes primigenios de nuestro suelo, el sukia bribri don Francisco García (al final su entrevista debió omitirse, por dificultades de traducción del bribri sagrado), hasta don Pepe Figueres, tres veces Presidente de la República e innovador empresario forestal.

A las vivencias rurales de don Jorge Sancho se sumaron las de don Antonio Calderón, campesino escazuceño, las cuales fueron enriquecidas por las de dos mujeres asentadas en la península de Nicoya, doña Julieta Valle y doña Karen Mongensen (viudas de don Federico Shutt y Olof Wessberg). Del mundo académico, contamos con las voces de don Arturo Trejos (nuestro primer ingeniero forestal), Alejandro Quesada (economista agrícola), Leslie Holdridge (dendrólogo y ecólogo) y Alexander Skutch (ornitólogo y filósofo de la naturaleza).

Y, como los aspectos estéticos no podían estar ausentes, por ahí nos acompañó don Fabián Dobles. Nos reafirmó la presencia en su obra de ”árboles y agua, agua y árboles, lluvia y lluvia”, quizás los mismos que sedujeron al Dr. Holdridge cuando, al recorrer por barco el Caribe, se decidió a vivir en los trópicos gracias a “¡la lluvia, el sonido de la lluvia sobre las hojas de los árboles en Martinica!”. Y hubo aún más literatura de don Fabián, a quien no le bastó con evocarnos aquellos parajes turrialbeños de su sitio de las abras (”Era el tiempo del señorío milenario del bosque y del río impetuoso (...) Ancho el espacio bajo las lluvias torrenciales (...). Allí solo se había oído hasta entonces la subterránea voz de la vida a través del aullido de la fiera y el labio poderoso de las lianas”), sino que nos transportó en carreta hasta el verano ateniense, para desafiarnos: ”Te apuesto este corteza amarilla contra aquel danto colorado. Te cambio el guanacaste con nidos de oropéndola, o es más bien un cenízaro, por esos cuatro balsas y este madero negro, y yo te doy de vuelto aquel guachipelín”.

Hoy, cuando por fin este esfuerzo se ha plasmado en un ansiado libro, Los viejos y los árboles, son muchos los recuerdos y las sensaciones de casi 20 años, desde que emprendimos esta hermosa aventura. Lo más triste, sin duda, es la ausencia de la mayoría de estos queridos ancianos, pues solo quedan vivos cuatro de ellos. Lo más grato, sus enjundiosas palabras, que retratan el rico periplo existencial de cada uno de ellos.

Pero, además, es gratificante constatar la cálida acogida que tuvo este sentido tributo a estos viejos pues, tras completar la extensa travesía, logramos nuestra meta sin contar con financiamiento, aunque sí con muchos amigos. Fuimos de puerta en puerta y, aún antes de tocar, todas se abrieron generosas: unos transcribieron y digitaron, otros editaron, otros más dibujaron y diseñaron, y otros financiaron la publicación final. Y nosotros, presuntos autores, no hicimos más que escuchar las reposadas voces de estos sabios ancianos, para luego dejarlas impresas, como un verdadero legado de enseñanzas para las nuevas generaciones de costarricenses.

No hay comentarios: