22 julio, 2008

Naranjo

Por vías de espigas uniformes y viento azucarado, entre bandolas rojas, con el verano cálido hoy retorné a ti, áspero pueblo.

De seguro que cuando te dibujaron tuvieron que quebrar los paralelos y los meridianos para adaptarlos a tu geografía indómita. Perdiste la raíz sustantiva de tu bautizo, tu aliento cítrico, tu voz de fruta entera. Son demasiado lentos los años subiendo por tu inclinado rostro y recorriendo tu fisonomía de serpiente.

No me dejaron beber tu savia hasta la médula, pues me arrancaron de ti los sueños metropolitanos y la necesidad del libro y la herramienta. Pero a sorbos, a intermitentes regresos, he ubicado la esencia de mi sangre.

Y así veo las impolutas gentes bendiciendo lo pródigo del grano, la alegoría del canasto repleto de ilusiones. Las industrias, escuelas, piscinas, bares y rocolas incrustadas desfiguradamente en tu perfil añoso.

La huella de mi padre en los contornos de la iglesia recobrada del sismo. La gruta que cobija, entre aguas y peces encendidos, a la muchachita que aún espera llegar hasta la virgen. Y el cementerio donde reposa nuestro plasma ancestral.

Hoy bajo el sol quemante, escuché la sinfonía de los gregarios chucuyos que vienen a pasear cada verano. Y por los suelos vi a las estacionarias palomas, que en su generacional itinerario acompañaron las tablas centenarias de la casa hoy derruida, del abrigo de siempre.

Y allá, de subida, como bandera incólume, cerrando el Valle de la patria, el Cerro liso, con su copete de coníferas y el templo trunco, domesticando al viento.

Naranjo, ¡un errante extranjero sembró en tu estirpe la gota de mi génesis!

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