22 julio, 2008

¿Volcán, el Arenal?

Hace poco tiempo, una foto aparecida en el suplemento Proa, de La Nación, así como la feliz coincidencia de toparme con él la misma semana, propició una grata y emotiva conversación con el Dr. Alfonso Mata, ayer mi profesor de Química y hoy colega conservacionista. Se trataba de la foto de un grupo de jóvenes exploradores del Volcán Arenal, incluidos él y Mario Boza, también reconocido conservacionista hoy, quienes escalaron y acamparon en el cráter de dicho volcán en junio de 1961. E, inevitablemente, la conversación me llevó a un recuerdo de infancia, como lo era el tema de que el Arenal era un volcán, recurrente en las tertulias familiares.

En realidad, tras la inesperada y cruenta erupción del 29 de julio de 1968, nadie pudo dudar nunca más de que el antes llamado “cerro” fuera un volcán que, irónicamente, hoy es una fuente importante de divisas para el país a través del turismo. Tanto es así que, cuando en la escuela primaria memorizábamos los puntos geográficos de nuestra patria, al aludir a los ocho volcanes oficialmente reconocidos hasta entonces, repetíamos como loros sus nombres, en dos tétradas: “¡Orosí, Rincón de la Vieja, Miravalles y Tenorio!” y “¡Poás, Barva, Irazú y Turrialba!”.

Sin embargo, ya desde 1937 se sabía que era un volcán, pero a este dato no se le dio la debida y oportuna importancia. Eso lo constataron siete exploradores, entre quienes figuraron dos tíos míos (Luis Castro Rodríguez y Ricardo Quirós Rodríguez), dos primos de ellos (los hermanos Alberto y Gustavo Quesada Rodríguez), así como Rodolfo Quirós Quirós, Bercelio Castro Ramírez y Elías Kopper. Tras varios intentos previos y fallidos de otras personas, el miércoles 24 de febrero de ese año, tras nueve horas de extenuante travesía, ellos lograron llegar a la cima y, como testimonio de su logro, dejaron una botella con un documento comprobatorio de dicho ascenso. Me contaba Alfonso que cuando subieron ahí estaba esa botella y, a pesar de los 24 años transcurridos, todavía eran legibles los nombres de algunos de esos valerosos pioneros.

Por si alguien tiene dudas, le remito al libro “Geografía de Costa Rica”, de José Francisco Trejos, publicado en el propio 1937, en dos de cuyas páginas, ilustradas con dos fotografías (una de ellas de las fumarolas en la cima del volcán), el tío Luis describe con detalle esa aventura. Asombrados por la revelación que confirmaba sus sospechas previas y respetuosos ante a aquel sobrecogedor poderío telúrico, se preguntaban cautos y humildes: “¿Es el Arenal un volcán extinguido o en formación? Sería muy interesante que fuese visitado por entendidos en esta rama de la ciencia”.

Por cierto, también me contaba Alfonso que la víspera de ascender ellos, pernoctaron en La Palma, en la casa del propio Alberto Quesada (ese conservacionista intuitivo y genuino a quien alguna vez dediqué el artículo “Beto y el Arenal”, publicado en “Universidad”), quien no solo fue generoso y hospitalario con ellos, sino que también consiguió que su yerno Carlos Peñaranda fuera el baqueano para la nueva expedición (de hecho, él aparece en la foto antes aludida).

Naranjeños colonizadores en San Carlos, Beto y Ricardo habían hecho sus vidas entre montaña y potreros, sitios mágicos adonde concurríamos en vacaciones para compartir con los primos tantas y bellas andanzas silvestres, indelebles en nuestra mente y corazón. El tío Luis, visitante entonces -único sobreviviente del grupo, hoy con 92 años-, con su pluma de maestro y periodista culminó su relato diciendo que “mi mayor satisfacción de maestro será la de contar a mis discípulos que, tras penosos esfuerzos, llegamos a lo alto del Volcán Arenal y que desde allí, como desde elevado atalaya, contemplé con emoción la bellezas de nuestra privilegiada tierra costarricense”.

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