22 julio, 2008

Chirripó

Subir, subir, subir. Son muchos los kilómetros, escarpadas las pendientes, débiles los pies y la espalda para acometer el desafío. Pero la recompensa es gratificante: es tocar bien de cerca el cielo con las manos, y es mucho más que eso.

Alturas antes inimaginables. Vastedades de páramo colmando el paisaje. Valles y macizos bellísimos, que no pueden disimular su alma de piedra. Todo es piedra, cañas de chusquea que con sus lanzas foliares son guardianas de estas cumbres, arrayanes compactos, gramíneas tenaces. Son estos los dominios de la piedra, del viento y del silencio. Alguna vez los glaciares posaron en la roca su cuerpo milenario, la fisuraron con sus dedos helados y dejaron al viento su labor inconclusa. Con su cincel de tiempo el viento ha esculpido las montañas y legado riscos, filones, lajas, cañones, grutas, cascajos, crestones: todos los sustantivos de la piedra. Y entre la piedra el agua: lagunas plácidas, azulísimas, inmensas, y riachuelos rumorosos que corren tierra abajo.

Si los ojos se llenan con los colores nítidos del agua, de las plantas y del cielo, y con la maravilla de los perfiles advertidos, el pecho se conmueve ante el silencio y la soledad. En las alturas del Chirripó uno percibe la majestuosidad del mundo natural y la pequeñez humana, y una recóndita pulsación telúrica conduce a la contemplación embriagadora, al éxtasis, a la paz del encuentro con uno mismo, a la sensación de que las rocas, el aire y el agua, así como las plantas y los pocos animales que rara vez se asoman, han establecido un pacto de armonía y silencios para guardar verdades insondables.

A ese mundo de alturas planetarias he subido al terminar el año. He bajado con los pies maltrechos por las caminatas, con un malestar en el vientre por ver los árboles carbonizados en grandes extensiones -víctimas de manos vandálicas-, con el corazón palpitante de júbilo, con la certeza de que volveré, porque sé que hay algo allá arriba que siempre me esperará, que siempre me colmará. Y creo, amigo lector, que cuando usted suba -si no lo ha hecho ya-, vivirá sensaciones parecidas y siempre, también, querrá volver.

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