22 julio, 2008

De un bosque tropical

Entrar al bosque tropical, a su humedad omnipresente, al ruido de las hojas que se descuelgan tras haber vivido y dar fisonomía a este conjunto verde, inefable, y que ahora muertas -y aún vivas- viajan al suelo, se separan en su organicidad, en sus minerales, para formar el humus, para atomizarse hasta el suelo y de nuevo subir a la raíz, a ser tallo, flor, fruto u hoja. Todo esto es cíclico. Se queda ahí. Vuelve ahí. Pero algo corre: viene, se queda aferrada, luego se va, le da amarre a todo esto, nace afuera, en la altura celeste, del sol inmemorial. La filtra el verde, el extenso mar verde de follaje, y la energía comienza su carrera infinita.

Todo esto es movimiento, y hay constancia. No hay un instante de quietud en este bosque. Vibra una órbita con una araña en medio, tremolan las gotas de agua al borde de las hojas, sube a palpar alturas un bejuco, resbala una semilla por los aires, se desliza una víbora por sobre el suelo, un vuelo iridiscente delata a una libélula, un brote se desdobla, un pico lleva fruto o hebras a la bifurcación de un tronco, seis pétalos despliegan sus corola aromática, un árbol centenario golpea abrupto el piso y hay trescientos pequeños listos para el relevo, viaja el polen montado sobre los cuerpos o entre el viento, baja el agua profundo hasta sentir la roca, germinan las simientes, se resquebraja un huevo, la savia baja y sube, se llenan los plumajes con colores.

Todo es abigarrado, mezcla, caos, movimiento, armonía. Es la armonía del caos, hija del movimiento. Y es este bosque así, así como es, hijo del movimiento, hogar del movimiento, razón del movimiento que no cesa.

Entrar al bosque tropical y escuchar un sonido ronco, repetitivo, monótono, ajeno. Y oír que un árbol se desploma, que golpea la tierra, sin quererlo. ¿Qué pasa aquí? Hay un silencio extraño. ¿Es que el bosque está enfermo? Pero no podría estarlo; se curaría solo. ¿Qué pasa aquí? Han venido de fuera a llevarse su vida, a demoler su historia. Porque no e solo un árbol el que cae. Los fuerzan como a seres indefensos, los empujan sin lástima, los botan como a pequeños trozos verticales de paja.

Y esto sucede aquí, en mi país, como en otras regiones. En mi verde país, donde la destrucción sin límite es la norma, donde los ganaderos grandes, los madereros grandes, los gobernantes que sirven a los grandes no ven más que dinero en la madera.

O sea, el capital y el lucro se están comiendo al bosque, a la vida del bosque, inexorablemente. Detengámoslos.

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