22 julio, 2008

Debravo

Tuve la fortuna de conocer a Jorge Debravo, en un recital que ofreciera a salón lleno una noche de junio de 1966. Siendo apenas un adolescente, pero ya con aficiones poéticas, comunes a mis hermanos Niko y Ricardo, fui llevado por ellos. ¡Noche hermosa, de tertulia cultural, en aquel San José aún algo pueblerino! Años lindos, irrepetibles, cuando florecía la poesía en el país, renovada y vital, impulsada por el innovador Círculo de Poetas Costarricenses y alentada por los vientos libertarios que ya soplaban en el mundo, como anticipo de Berkeley y París, de Praga y Tlatelolco.

Y dos años después, ¡cómo nos dolió la infausta noticia del diario, anunciando que la víspera, el 4 de agosto, él había muerto cuando conducía su motocicleta, tras salir de una vela!¡Absurdo del absurdo, brutal y crudo! Lloramos entonces su muerte, pero en realidad se quedó muy vivo en nosotros, como en tanta gente que sigue valorando y amando su obra.

Cuando nos casamos, bajo la sombra de aquel acogedor ciprés de las frescas montañas de Heredia mi amada Elsa me respondió: “Estoy honda y mojada por los besos. Agobiada de humus y de espera”, tras mi invocación inicial: “Estás ahí, mujer, como una tierra que he de arar con mi arado de madera”, para reafirmar, con estos “Diálogos de la siembra” de Debravo y con varios versos del “Cantar de los Cantares”, nuestra promesa de amor ante el grupo de personas queridas que nos acompañaban.

Casi 15 años después, esta límpida tarde de sábado hemos subido hasta su tumba, ahora con nuestra hija Darinka, para llevarle flores rojas, brotadas de esta húmeda y feraz tierra suya. Tumba sencilla y bella, en la que destacan sobrias la maciza escultura de Néstor Zeledón, sugerente de vida y de transformación, y ese epígrafe victorioso, “Y le he dicho a la muerte que no puede matarme. Y le he dicho a la vida que no puede vencerme”, quizás premonitorio de su temprana muerte, pero afirmativo de que su obra perviviría en tantos corazones.

Aunque desde que vivo en Turrialba he ido a su tumba varias veces, esta visita fue distinta. Y lo fue, porque la víspera nos llenamos de Jorge hasta los tuétanos, con tertulia, imágenes, poemas y música, en la conmemoración del 35 aniversario de su muerte, gracias a la UNED y al poeta Erick Gil Salas. Amigo de Erick y Marco Aguilar (cofundador del Grupo de Turrialba con Jorge y Laureano Albán, que fuera precursor del Círculo de Poetas Costarricenses), de ellos he conocido mucho sobre Jorge, pero esta vez se sumó a la tertulia don Hernán García, quien lo tratara muy de cerca y lo apoyara de muchas maneras, casi como un padre.

Entre tantas sorprendentes evocaciones, sigue uno asombrado, tratando de entender la génesis de este atípico poeta. Es decir, lejos de la urbe y de la bohemia, cómo un hijo de un peón agrícola pobre, sin acceso a libros, luchó por cultivarse (empezó la escuela primaria a los 15 años), tesonero a pesar de tanta adversidad, e irrumpió brioso y fogoso en el escenario literario para después, iconoclasta, hacer su propia escuela y renovar la poesía nacional.

Pero, además, en medio de esta conmemoración, hoy varios nos hemos comprometido con la propuesta de don Hernán, de procurar la creación de un fideicomiso o una fundación, que a la mayor brevedad auxilie a los padres de Jorge. Y ellos bien lo merecen, no solo por su avanzada edad y penurias económicas, sino también porque no dudaron en sacrificarse para que aquel peoncito se cultivara, privándose así del único varón de su prole y segura fuente de sustento familiar como mano de obra rural.

Padres sencillos pero sensibles, que intuyeron y aceptaron que en su seno había un ser signado, uno de esos elegidos que tienen destinadas tareas trascendentales en su paso por la vida, y le permitieron volar hacia otros horizontes, con la hermosa y simple alegría de liberar a un jilguero enjaulado y disfrutar de su canto libre entre los montes.

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