22 julio, 2008

De porós y chucuyos

Este trópico nuestro no sabe de medidas, de etiqueta, ni de términos medios, ya que aquí casi todo es exagerado e impetuoso. Tampoco respeta los calendarios cósmicos, pues de repente un aguacero torrencial, impuntual y tosco, nos despierta en la noche para decirnos que ya empezó el invierno, así, sin más ni más. O, un día imprevisto, los alisios soplan con inusitada fuerza, grávidos de presagios, para anunciarnos la prodigalidad del verano.

Sí, como ahora, cuando en la sucesión de días quemantes y noches fresquísimas, el cielo se hace tan profundamente claro y alto que el sol y todas las estrellas se pueden asomar a contemplar los milagros terrestres, como lo son estas floraciones amarillas, lilas, rosadas, anaranjadas y rojas -a cual más de intensa- con que los cortezamarillos, jacarandas, roblesabanas, porós y malinches tiñen nuestros paisajes.

Es así que, de súbito, nuestro Valle Central se torna anaranjado -nítidamente anaranjando sobre el impoluto celeste del fondo-, en las altivas copas de los porós, que parecen inmensas antorchas fulgurantes en la claridad del día. Son los porós invictos de los cafetales de otros tiempos, que se escaparon de las podas rutinarias y las "descumbras" o del cemento de las urbanizaciones, así como también los solitarios moradores de las orillas de los caminos, ríos y riachuelos, adonde un día el viento llevó sus semillas.

¡Arboles nobles que, como bienaventuradas nodrizas, por largos años han dado sombra a este café tan arraigadamente nuestro! Por eso, merecen de sobra que, al rememorar la infancia, Julieta Dobles diga: “A la distancia, desde los caminos / que cruzan la meseta / de soles deslumbrados de febreros y marzos, / pareciera que una mano / de acuarelista inquieto / nos llenara los montes, las cañadas, / los predios olvidados, / de anaranjadas motas, / de listones corales, / de enrojecidos lampos, / jugando, solamente jugando / con los tonos mezclados, confundidos, / de una inmensa paleta / de colores pastel, / robados a la tarde con voz de la memoria”.

Y, para completar tanto gozo, a menudo el silencio de los cielos del Valle se rasga con los ruidos frenéticos y carrasposos de las intermitentes bandadas de chucuyos, que vuelan hacia los porós para devorar sus flores y frutos incipientes, y continuar allí su algarabía. Esos pericos son, en las hermosas palabras de Carlos Luis Altamirano, escritor fallecido este verano: "Heraldos del sol amarillo. Nuncios de los días claros, espléndidos, diáfanos, de aire cristalino. Mensajeros de las frutas estivales, luminosas, aromáticas, de piel brillante y suculenta pulpa, pulpa centrípeta de los mejores néctares silvestres". Pericos que, "quemados de pureza, en el alto vaivén de los ramajes, entre silbos del viento, dirigen febriles himnos a la plenitud solar".

Chucuyos y porós. Comunión de sonoridad y color que nuestro verano hace posible, para embriagarnos los ojos y el alma. Indisoluble e intenso pacto que debemos contribuir a preservar, por motivos estéticos y éticos, para que las futuras generaciones, al igual que nosotros, se deleiten y valoren estos dones de la creación.

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