22 julio, 2008

Verano

La estación seca se anuncia antes de fin de año, con el último rugido, desmedido e insolente, del trópico lluvioso. Son días de aguas fuertes, pero el sol ya va rumbo al sur y aquí, arribita del ecuador, los alisios empiezan a tramar en la clandestinidad, inquietos y juguetones, el gozo del verano.

El sol arde con fuerza, provocando floraciones y milagros. El calinguero se disputa con la santalucía los potreros y bordes de caminos, para teñirlos de rojizo o de lila. Los roblesabanas, cortezamarillos, malinches, porós y jacarandas botan su follaje e instalan sus intensos y exquisitos colores. Es tiempo de corolas y néctares, de frutos grávidos, de algarabía de aves y abejas. Los vientos arrean las pocas nubes que se forman, preparando noches plenas y limpias, forjadas en la fragua de llameantes crepúsculos.

Noches de cielo altísimo, hermosa calma y frescura envolvente, aromadas a campo, de luces dispersas y cálidas sobre las serranías. Noches para reafirmar, gustosos, la amistad o el amor. Noches para celebrar la maravilla de la creación, la dicha de vivir.

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