22 julio, 2008

Medio siglo fecundo

Como suscriptor que soy, ha llegado a mis manos hoy un grueso ejemplar dorado, conmemorativo de los 50 años de la Revista de Biología Tropical. ¡Qué alborozo, de veras! Y... ¡cuántos gratos recuerdos se agolpan en nuestra mente!

Porque esta querida revista, como la cigarra de la hermosa canción de María Elena Walsh, está viva a punta de pequeñas resurrecciones, en medio de carencias, pobrezas, incomprensiones y miopías. Ahora que releo mi viejo artículo “El calvario de una revista” (La República, 22-IX-90) evoco tiempos adversos, cuando parecía que su funeral era definitivo y algunos acudimos en su defensa. Es por eso que, en verdad, es como un sueño verla aquí, sobreviviente, robusta y, por fin, puntual.

Y es que con ella tenemos múltiples vínculos afectivos. Desde el inicio de nuestra carrera se hizo parte de nosotros, porque -como escribí en ese artículo- era una especie de abrevadero para quienes, novicios, sentíamos sed y pasión por conocer y entender los fenómenos, procesos y mecanismos propios de la biología y la ecología tropicales. Pero, también, porque estábamos enterados de sus serias y crónicas dificultades para subsistir, como de manera irremediable sucedió con O´ Bios, nuestra preciada revista científica estudiantil. Y lo sabíamos en detalle, porque era un tema ineludible de conversación con su editor, don Manuel Chavarría, y su angel tutelar, el Dr. Rafael Lucas Rodríguez, quien hasta cedía parte de su oficina-laboratorio para albergar a don Manuel con todo y sus pilas de cartapacios con manuscritos. ¡Cuántas horas de gratas tertulias vivimos ahí, entre la sapiencia y picardía de don Manuel, y el enciclopedismo y fino humor de don Rafa! ¡Cuánto se nos acrecentó el gusto y cariño por ese arte y disciplina, a veces poco entendida y valorada, que es la edición científica!

Pero, además de estos hechos, con los años quise aún más a la revista, cuando traté de cerca de ese maestro, científico y hombre colosal que fue el Dr. Alfonso Trejos Willis, principal discípulo de nuestro sabio Clorito. Como su mentor, sin obviar la pertinencia y valor universal de la ciencia, promovió con firmeza el desarrollo de la ciencia autóctona, de lo cual la revista se hizo eco. De ello da fe el epílogo del primer editorial de la revista, escrito por él, el Dr. Ettore de Girolami, el Dr. Armando Ruiz y don Rafa, que rezaba: “La recompensa de nuestro modesto trabajo será el estímulo que, para la producción científica de nuestra juventud universitaria, represente el tener una revista seria, de amplia divulgación en el extranjero y que sea expresión del naciente pensamiento científico costarricense”.

Y, medio siglo después, aquí están hoy los frutos de ese espíritu visionario: el foro científico más especializado y con mayor trayectoria en la biología de los trópicos, multilingüe desde siempre, de gran reputación mundial, gracias al apoyo concreto de quienes en la Universidad de Costa Rica han tenido fe en esta empresa y actuado sin mezquindades. Pero, sobre todo, al esfuerzo tenaz de tres auténticos paladines, don Rafa y don Manuel en el pasado, y el apreciado colega Julián Monge en años recientes, quienes nunca desfallecieron, a pesar de tantos vendavales, tempestades y naufragios, seguros de la magnitud y generosidad de su obra.

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