22 julio, 2008

Don Beto, ese gigante

En el mundo hispanoamericano hay muchos Pepes y Betos, pero para nosotros los ticos existe uno de cada tipo, inconfundibles, y a ambos hemos sabido colocar, antecediéndolos, el respetuoso y muy meritorio “don” -al margen de posiciones políticas-, pues ellos son parte indeleble de nuestra sociedad e historia: don Pepe Figueres y don Beto Cañas.

Tengo vívidamente grabada en mi mente aquella noche de junio de 1966 cuando acudí con dos de mis hermanos, Niko y Ricardo, a escuchar un recital de Jorge Debravo (un año antes de morir), en una sala josefina abarrotada de gente. Muchachito aún, con apenas 13 años de edad, pero estimulado por la guía exigente y a la vez que generosa de don Carlos Duverrán (años después miembro de la Academia Costarricense de la Lengua, así como Premio Nacional Aquileo J. Echeverría) en su Club de Poesía en el Liceo de San José, con inmenso gusto escuché a Debravo conversar y leernos su diáfana poesía.

En la tertulia posterior al recital, Niko comentó burlón: “¡Estaban sentados a la par el hombre más culto y el más ignorante del auditorio!”. Y, sin saber que aludía a mí, al preguntarle de inmediato indicó que quien había estado a mi lado era don Alberto Cañas. Yo no lo conocía y, cuando hurgué para verlo entre la multitud, me percaté de que seguro eso era cierto y que, además, posiblemente el bagaje cultural era proporcional al tamaño corporal, pues yo era un fifiriche y don Beto un hombrón.

Años después, estrecharía su mano cuando, como voluntario en el club del partido Liberación Nacional en Sabana Sur (ahí, sin esperar retribución alguna, ayudábamos con el padrón, pegando banderas en los techos, organizando caravanas a las plazas públicas y transportando votantes) alguna vez él pasó por allí, al igual que tantos otros dirigentes admirados entonces. Por cierto, alejado de sus raíces genuinas y entregado a intereses inconfesables, el desencanto por dicho partido nos hizo marcharnos hace 30 años.

He evocado ahora aquella anécdota al toparme de súbito con el hermoso suplemento del periódico “Ojo”, titulado “85 años de Alberto Cañas” (cumplidos en marzo), por cuyas páginas desfilan 25 de sus amigos con sinceros, cálidos y conmovedores textos, más Felo García y Blanca Fontanarrosa con dos dibujos a colores. Y, por casualidad, al día siguiente me encontré al amigo agrónomo y escritor Santiago Porras, quien me narró la génesis de tan hermoso tributo, que culmina con un artículo póstumo de don Antonio Cardona Cooper, entrañable amigo de don Beto. Es un suplemento que debiera reimprimirse y hacer circular masivamente en nuestros colegios, para que los jóvenes aquilaten la muy fecunda trayectoria de este gigante de nuestra cultura y nuestra civilidad.

¿Qué podría agregar yo a tan ricas, amplias y profundas semblanzas sobre este hombre descomunal, versátil y prolífico? En realidad, nada. Excepto que, por fortuna, en los últimos años la vida me ha permitido converger con él en dos cosas. Una, como miembros de ese pujante movimiento cívico y patriótico encarnado en el Partido Acción Ciudadana (PAC), del cual él supo ser voz fundacional, junto con don Ottón Solís y doña Margarita Penón. La otra, como colaboradores en el diario La República, donde sus célebres “Chisporroteos” son una especie de hervidero de ideas provocadoras, salpicadas con su finísimo humor, como las saben plantear los auténticos maestros.

Sí. Ya no ocupamos las sillas contiguas de aquella noche de hace casi 40 años. Pero cuando -a raíz de un correo electrónico que le envié hará un par de meses- me respondió con tanta bondad y estímulo para que continúe escribiendo por la prensa, siento que -ahora compañeros ocasionales de página-, ya no soy tan ignorante y mis letras no son lo torpes que eran entonces. ¡Gracias, querible y querido don Beto!

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