22 julio, 2008

Aníbal Reni, desde la pampa guanacasteca

Hace años, mientras vivía en Turrialba, hice el tercer intento -iluso, pensaba que sería el definitivo- por vencer mi frustración de no saber tocar guitarra, instrumento que me ha acompañado por unos 30 años como adorno en una pared. Buen oído musical siempre he tenido, pero carezco de la destreza para desplazar con soltura mis dedos sobre los trastes, lo cual empecé a superar con disciplina y práctica hasta que... ¡zas!, una vez más mi instructor me dejó “guindando”. Ante tanta desazón, mi esposa me consoló diciéndome: “En impuntualidad, solo los sastres le ganan a los músicos”.

Pero, como en todo hay que rescatar siempre la parte positiva, como legado de esos días me quedaron dos cosas. Por una parte, por ahí seguí, tocando en alguna que otra fiesta las cuatro cancioncillas que aprendí, y suplicando aterrorizado que, por favor, no me pidieran ni una más (¡ah borrachos más necios!), pues sabía solamente esas. Y, en segundo lugar, el descubrimiento de una canción que, en su música y letra, me galvanizó el alma desde que mi instructor la interpretó por primera vez. ¡La verdad es que hasta le disculpaba sus llegadas tardías, con tal de que la tocara al inicio de cada clase!

Excelente guitarrista, ahí desplegaba él toda su habilidad ejecutando los acordes de la enervante música de don Jesús Bonilla -el mismo de “Luna liberiana”-, mientras a dúo cantábamos: “Sale el sol por la linda llanura / bajo el cielo de limpio cristal; / luce el bello amatista del roble / y el malinche de rojo coral. // ¡Qué bonita se ve la colina! / Mas parece una perla del mar / que engarzada en la pampa bravía / una joya viniera a formar. // Pampa, pampa. / Te vio el sabanero / y ya nunca te puede olvidar; / en su potro se escapa ligero / tras el fiero novillo puntal. // Luego viene la tarde divina / y el contorno se mira sangrar; / hay marimbas que treman lejanas / y la pampa se vuelve inmortal”.

Letra y música bellamente articuladas, en profunda fusión y conjunción, para desajustarle a uno las neuronas y ponerlas a vibrar de saudade, ante la evocación de crepúsculos llameantes en esas inmensas llanuras guanacastecas que alcanzan el litoral del sol poniente, pobladas de repastos y ganado, así como de muy vastos predios cultivados, entre los extasiantes aromas del chan y el guácimo maduro, más las intensas y desbordantes floraciones de poroporos, cortezamarillos, roblesabanas y malinches.

Indagué acerca del poeta que escribió tan bellos versos, y tan solo aprendí un nombre que creí extranjero, Aníbal Reni, de quien entonces no pude averiguar más. No sería sino años después que el amigo músico Dionisio Cabal me aclararía que corresponde al seudónimo de Eulogio Porras Ramírez. Y ahí quedó el asunto.

Sin embargo, el destino me tenía guardada una linda sorpresa, y por partida doble, pues hace pocas semanas, en uno de mis ocasionales recorridos sabatinos por las compraventas de libros de la capital, hallé “Sacanjuches”, un breve libro de cuentos de Reni -ilustrado con hermosas xilografías de Julio Solera Oreamuno-, más el librito “Perfiles al aire”. En éste, el extinto humanista Luis Ferrero compila las semblanzas de personas notables de nuestra cultura, incluyendo a Reni, nacido en 1895 y muerto en 1966. Sobre él habla con reconocida autoridad -pues fue amigo cercano y hasta medio pariente suyo-, resaltando de manera muy amena aspectos clave de la vida de este tímido y sensible literato.

Algo muy simpático es el origen de su seudónimo, que le fuera impuesto cuando tenía poco más de 20 años por su amigo Moisés Vincenzi -notable filósofo y escritor, quien sería nuestro primer Premio Magón-, quien junto con José Francisco Villalobos lo sumergen en un riachuelo de Atenas como ritual iniciático, y ahí mismo levantan un acta en la que se le ordena “hacer obra de arte con su canto” y otros juramentos más relativos a las bellas artes. ¡Pobre Eulogio! Con el argumento de que con ese nombre nadie leería su promisoria obra, Vincenzi lo despojó del de pila y le endosó uno mixto, derivado de dos famosos pintores boloñeses del siglo XVI: Annibale Carraci y Guido Reni.

Así que, ya bien empapado y bautizado por tan insólitos amigos, este alajuelense, que laboraría durante su vida como microscopista -supongo que con el Ministerio de Salubridad Pública de entonces- y quien incluso alguna vez hizo una pasantía en la Universidad de Michigan, empezaría a transitar por nuestro mundo rural. Hasta que un día recalaría en Guanacaste, que se le incrustaría en el alma para siempre.

Porque es cierto que escribió sobre otros lugares y cosas, como en su libro “Recados criollos” (1944), en los que -en palabras de Ferrero- su pasión por el indio y lo indio alcanza el clímax. De esos recados he hallado solamente uno en internet, que en una parte dice: “Escazú es el suave y lánguido sesteo que saboreó el cansado indio de ojos rasgados y piel de caimito; el aromado recodo que adentra el hechizo de su sol y de su brisa tal un extraño maleficio. Escazú es camafeo de la patria en donde el perfil único, conserva la tizona y el carcaj; el yelmo orgulloso y el bravo morrión de plumas de cuitzil. Escazú, estampa adentrada en nuestro corazón en delineamientos eternos de amor y de leyenda”.

Pero, sin duda, fue Guanacaste el que más lo marcó y del que aspiró los envolventes aromas de su tierra y su vegetación, captó sus exagerados colores y sonidos, palpó su contrastante naturaleza de alucinantes verdores o desoladoras sequías, y escuchó con genuino afecto y atención el espontáneo y hondo palpitar de tantos humildes corazones de origen chorotega, para convertir todas estas percepciones en poderosas e imperecederas imágenes del mundo guanacasteco.

Y es que basta con adentrarse en su “Sacanjuches”, título alusivo a un árbol de inflorescencias blancas y fragantes también llamado esquijoche (cuyo nombre actual es Bourreria costaricensis), para conmoverse al instante con los vívidos retratos en que Reni hace palpitar juntos la magia de esos agrestes parajes y el léxico tan peculiar y rico de los pobladores de esas tierras, quienes el 25 de julio de 1824 se anexaran e integraran a nuestra patria, para nutrirla y enriquecerla de múltiples maneras.

Por cierto, cuenta Ferrero que, ¡casi nada!, el célebre costumbrista salvadoreño Salarrué (1899-1975) le confió alguna vez que él se inspiró en Reni para crear sus célebres “Cuentos de barro”, gracias a cuentos como “Nido vacío”, “Jovita” y “El muerto”, que leyó en algún periódico rural que alguien le mostró, allá por 1928. Esos cuentos huérfanos no hallarían casa sino hasta 1936, en “Sacanjuches”.

Desconozco si alguien ha acometido la labor de escribir una biografía formal suya y de recopilar su obra completa, aunque el propio Ferrero indica que le fue imposible rescatar tres de sus libros inéditos: “Cruz Monte” (novela), “Pastizal maduro” (cuentos) y “Cuando el eco no vuelve” (poesía). También menciona “Arañitas de cristal” (cuentos para niños), más los poemarios “Campiña huetar”, “Serranías” y “Berilos”. ¡Ojalá fuera posible hacerlo, porque estamos en deuda con él! Eso sí, de seguro que habría que buscar en esos “periodiquitos de exigua circulación y agónica vida” -en palabras de Ferrero-, como los que un día alguien mostró a Salarrué, que posiblemente nadie conservó.

Escritor porque sí, porque le brotaba del alma comunicar y compartir sus sentimientos, lo que hizo con innegable calidad estética, rehuyó al relumbrón y a las capillas literarias urbanas, prefiriendo permanecer allá, “a la sombra del manzanillo” y hablando “al oído y en voz baja” -en su propias palabras-, y contemplando absorto los embriagantes crepúsculos, entre incesantes coros de grillos y el misterioso canto del alcaraván, mientras que el tremolar de marimbas lejanas sincopado con el batir de su corazón le reafirmaba que sí, que esa pampa guanacasteca es infinita, inmortal.

4 comentarios:

Roberto Carlos dijo...

Conocí a Soyo Porras a comienzos de los años '50 del siglo pasado; le conocícomo Aníbal Reni, su nombre literario. Tuvimos gran amistad y entre sus confidencias me contó que fue el autor de "La Guaria Morada", melodía y letra conocida como el segundo himno de Costa Rica. Su melodía y letra se la entregó al grupo musical
"Los Talolingas" para que la difundiera, y fue un éxito. Los Talolingas han pasado a la historia como sus autores, desconociendo el mérito de Aníbal Reni. En esos días éramos compañeros y huéspedes en la Pensión María Cecilia, Aníbal Reni, Antidio Cabal (creo que el papá de Dionisio) y este servidor. Antidio era un canario extraordinario, y fuimos muy amigos de igual manera con Soyo (Eulogio)Porras. Dejo constancia como acto de justicia para Aníbal Reni, un lector incansable especialmente sobre la cultura maya, entre sus libros de lectura "La Tierra del Faisán y del Venado". Salud, Aníbal Reni, gracias por tu amistad.

Roberto Borge Tapia, nicaragüense

Daniel Solorzano Porras dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Daniel Solorzano Porras dijo...

Ayer 16 de octubre hubiera cumplido 116 años el escritor y poeta Alajuelence Anibal Reni, autor de varios libros de cuentos y poesías entre ellos: "Serranias" (1923) "Arañitas de Cristal", "Sacanjuches", "Racados Criollos" y es también el Autor de las Letras de las piezas típicas PAMPA (con música del maestro Jesús Bonilla) y coautor de LA GUARIA MORADA.
A mucho Orgullo puedo decir también que fué mi Tío-abuelo cuyo nombre real fué EULOGIO PORRAS RAMIREZ!

http://www.youtube.com/watch?v=lxvI-9-mwww

Purruja22 dijo...

Los derechos de autor de “Aníbal Reni”
Eulogio Porras Ramírez,
pertenecen a Flora Arana Porras
E-Mail: floritaarana01@hotmail.com
Tel: +50624447592