22 julio, 2008

Pasko y el padre del Olmo

¡Raro título este, pero alude a dos personas que -siendo europeas- el destino las haría converger en mi natal Naranjo y a quienes debo mi propia existencia! Y es que, de alguna manera, al igual que mis otros diez hermanos y hermanas, somos algo así como hijos de un terremoto y de una iglesia, como se verá después.

El padre José del Olmo Salvador -de quien hay muy poca información biográfica- nació en Palencia, España, el 23 de marzo de 1883, y sería ordenado como sacerdote el 22 de diciembre de 1906. Al parecer, estuvo un tiempo en Cuba -donde residía un hermano-, y arribaría a Costa Rica en 1907. No he hallado evidencia de dónde se estableció primero, aunque ya para febrero de 1909 figuraba como cura párroco de San Joaquín de Flores, en sustitución del padre Rafael Camacho, quien había fungido como tal entre 1901 y 1908. Aquerenciado en tan hermosa tierra del Valle Central -donde incluso una calle tiene su nombre-, residiría allí por 14 años, hasta junio de 1923, según consta en los libros parroquiales.

Se cuenta que alguna vez tuvo un serio padecimiento pulmonar que casi le cuesta la vida -al parecer, le fue extirpado un pulmón-, por lo que invocó a Nuestra Señora de Lourdes, quien le restituyó la salud. Agradecido de por vida, ofreció como promesa construirle un santuario o gruta dondequiera que él fuera.

Y fue así como cumplió su promesa, construyendo una linda gruta en los predios de la parroquia de San Joaquín, en la cual, ante la reveladora y esplendorosa presencia de la virgen, permanece extática aquella muchachita campesina llamada Bernardita Soubirous. Ella, en febrero de 1858, en un pequeño poblado en los Pirineos franceses, cuando buscaba leña cerca de una gruta, de súbito escuchó un fuerte estruendo y a continuación divisó en el fondo de la gruta a la virgen -rodeada por un fuerte resplandor-, quien se comunicó por señas con ella, le sonrió y desapareció. Solamente ella la vio ese día, pero posteriormente reaparecería varias veces y sería observada por numerosas personas.

El padre del Olmo cambió Heredia por la vecina provincia de Alajuela y se marchó hacia Naranjo, donde permanecería por 41 años, hasta su muerte, acaecida el 4 de setiembre de 1964, a los 81 años y tras una larga agonía. Y ahí también cumpliría su promesa, construyendo una gruta para la virgen de Lourdes, en el mismo cuadrante (noreste) de los jardines de la iglesia, como en San Joaquín. Sitio hermoso al que concurríamos de niños -viví allá hasta los tres años y medio-, sobre todo en nuestras vacaciones para, en medio de la devoción, deslumbrarnos oyendo el agua cantarina que brotaba de la gruta y alimentando con boronas de pan los rojos peces que, imperturbables, poblaban el estanque.

A principios del decenio de los 50 esa gruta fue providencial, cuando un tempranero incendio se desató en la cuadra ubicada al norte del parque, la cual tenía numerosos locales comerciales. En esa época no había hidrantes, ni tampoco un cuerpo de bomberos cercano, por lo que las máquinas debieron trasladarse desde la capital. Tras dos o tres horas de recorrido hasta Naranjo, aún así los bomberos pudieron aplacar las llamas y evitar una tragedia mayor, recurriendo a sus propios tanques y también al agua de la gruta. Algún tiempo después, al hacer algunas mediciones, se calculó que el volumen de agua disponible era insuficiente para sofocar el fuego, lo cual fue catalogado como un milagro por el padre del Olmo.

Cabe señalar que muchos años antes, poco después de que él llegó como párroco, había tenido que enfrentar una grave adversidad, pues el antiguo y lindo templo de piedra -cuya foto aparece en el recién publicado libro Naranjo y su historia (1835-2004), del coterráneo José Luis Torres- fue destruido por el terremoto de San Casimiro, el 4 de marzo de 1924, el cual afectó gran parte del Valle Central.

Desafío inmenso, sin duda, que el padre del Olmo supo acometer no solo con valentía, tenacidad, perseverancia e inmensa capacidad de convocatoria entre los feligreses -gracias a su carisma e incluso su fuerte temperamento-, sino también con sana ambición, pues se propuso levantar un templo de hermosa arquitectura y que -de unos 75 metros de longitud- fuera el más largo del país. En congruencia con esto, en febrero de 1926 decía: “Daréis un mentís rotundo a la fábula inventada contra el cristianismo de que la Iglesia es opuesta al progreso y civilización de las sociedades: ella, con hijos tan distinguidos como los naranjeños, va a erigir un edificio que será joya de arte, y clamará en voz alta que ninguna otra entidad ni oficial ni particular emprendería y concluiría con tanto cariño”.

Con la contribución de la iglesia y la comunidad, fueron indescriptibles los esfuerzos para transportar en unas 150 carretas y en numerosas jornadas los materiales desde Alajuela, adonde los llevaba el tren desde San José. Un hermoso y anónimo relato de la época, refiriéndose a una de estas jornadas, describe que “esta vez hay que trasladar 250 barriles de cemento, muchos quintales de hierro y los incómodos armazones de las ventanas”. Labor descomunal, entre caminos ásperos y lodosos, marcados por el trajinar de esas caravanas de carretas de bueyes, guiadas por tan corajudos paisanos.

La magna obra constructiva estaba a cargo del catalán Gerardo Rovira quien, sin ser arquitecto de formación, tenía altísima calidad profesional, de lo cual dan fe numerosas obras en la capital, como el Castillo del Moro y el Templo de la Música; no obstante, por discrepancias con el padre del Olmo, la obra sería culminada por los italianos Augusto y Venancio Induni Ferrari, Pío Albónico Induni y Aurelio Induni Fasola. Con Rovira había llegado Pasko Hilje, obrero croata que un día, recién inmigrado y solitario, le había solicitado empleo en labores que dirigía en el Club Unión, lo cual relaté con cierto detalle en el artículo El castillo, un maestro y un obrero (Semanario Universidad, 19-V-05).

Católico -como buen croata-, aunque poco practicante, Pasko se ganó pronto la confianza y amistad del padre del Olmo, no solo por la esmerada y hasta proverbial calidad de su trabajo, sino también quizás por compartir la condición de inmigrantes. Y, cuando no pudo resistirse a los encantos de Carmen -una bella muchacha que vivía frente a la esquina sureste de la iglesia- y después le pidió matrimonio, se vio en líos. En realidad, se trataba de un hombre extranjero, viudo y de 36 años, el doble de los de Carmen. Parecían obstáculos insalvables ante su muy católica suegra Ramona, por lo demás de firme carácter y temple, quien ya había tenido que enfrentar tres viudeces, la última de Ascensión Quirós, hacía 17 años. Eso sí, era muy colaboradora de la iglesia y tenía irrestricta confianza en el padre del Olmo.

¡Y esa fue la salvación de Pasko! Planteó la situación al padre, quien con gran gusto y voluntad se las ingenió para resolver el problema de su atribulado amigo. Desconocemos los detalles exactos de su gestión, pero lo cierto es que una carta firmada por el obispo croata Vincenzo Lisicar el 25 de mayo de 1928 en la parroquia de Klisevo, en Dalmacia (nombre que antecedió al de Yugoslavia), escrita en una mezcla de latín y español, fue la que permitió la aceptación de Pasko como futuro esposo de Carmen.

Así, unos siete meses después, el 6 de enero de 1929, ellos se unían en matrimonio, bendecidos por el propio padre del Olmo, quien con frecuencia visitaba nuestro hogar para hacer tertulia y, de paso, recalcar siempre cuánto le agradaba ver aquella inmensa prole alrededor de la mesa a la hora de cenar.

Y casi cuatro meses después, el domingo 21 de abril de tan venturoso año, con gran pompa y en presencia de las autoridades eclesiásticas y del gobierno -como lo destacó La Tribuna dos días después con varias fotografías, incluyendo la del padre del Olmo- se inauguraba el hermoso templo parroquial, orgullo de todo un pueblo, y en el cual quedarían grabadas para siempre las huellas de sus constructores -Rovira y los Induni-, del padre del Olmo y de Pasko, silencioso pero prodigioso obrero y artesano.

2 comentarios:

ahernandezj dijo...

¡Yo machete!
Bonita historia que da origen a una familia naranjeña de la que, creo, ningún descendiente vive en el Naranjo de hoy. Conocí a algunos de los Hilje en el Naranjo de los setenta, probablemente a quien escribió este relato. Con independencia de lo último, mis saludos y felicitaciones.
Adrián Hernández Johansson, Barva, Heredia.

Unknown dijo...

En Naranjo viven
la hija de Eugen Hilje (Miriam Hilje Matamoros)) y su nieta María José Zúñiga Hilje.